I Love u, so much ( Part II)
Recuerdo con nostalgia,nuestra primera exploración por sus calles alocadas y aromatizadas por
todas las fragancias del mundo, fue un choque de culturas y mestizaje que nos
envolvía con velos de todos los colores y continentes. Grandes avenidas que
terminaban en pequeñas callejuelas llenas de tiendas y Pubs dónde podíamos
mezclarnos con su gente y sentirse como uno de ellos. Con la cámara de fotos en mano, no
dejaba de fotografía bellas y míticas imágenes que todavía miro y sonrío al verlas. Durante
los cuatros días que estuvimos supimos aprovechar y empaparnos de todos sus encantos, de sus
pequeños y ricos mercadillos, de la majestuosidad de sus puentes y de sus joyas
arquitectónicas,de la inmensidad del Támesis y de la elegancia de los Lores, del amigable Big Ben y de las emblemáticas abadías ...Paseando por cada uno de estos tesoros históricos, sabía que estaba dejando un trozo de mí, de mi ser. Podría cerrar
los ojos y recordar cada una de las sensaciones que nacieron en mí durante este viaje pero con tan solo una me quedaría, aquella en la que supe que me quedaría encadenada de por
vida a esta ciudad...es la hora de la segunda taza de café...
I Love Londres so much ( Part I)
Es
difícil describir qué sientes cuando estás enamorada, pero cuándo ese amor va
dirigido a una ciudad resulta más extraño
todavía. Es un sentimiento que solo se puede sentir cuando estás cerca de
aquello que amas y yo amo a la ciudad que me vio renacer, que supo arroparme
cuando me estaba herida, que me enseñó a ser libre y sobre todo, por hacerme
sentir, siempre que la visito, parte de
ella.
La
primera vez que viajé a Londres fue al poco de morir mi padre. Mi madre pensó
que su perdida podía ser un poquito menos dolorosa si sus dos pequeños
corazones estuvieran emocionados por algo nuevo, así que cuidó, con el mayor
detalle, la aventura que íbamos a vivir los tres más unidos que nunca.
Mi
amor por Londres, nació como cualquier historia de amor que pudiera ser
contada, fue lo que se diría amor a primera vista. Mis ojos se quedaron prendados por su belleza
desde el cielo, desde la ventanilla del avión. Al anunciar que llegábamos a nuestro
destino, provocó en mi interior, una exaltación. Agarré con fuerza el asiento y el aterrizaje fue como si mi alma soltara su ancla oxidada para quedarse en aquel lugar lleno de vidas, tan distintas que acabaría llenando la mía. Al salir
del aeropuerto, recuerdo que miré hacía
al cielo y me llamó la atención su color, era un azul teñido de nubes grisáceas con
intención de romper a llover en cualquier momento. Así fue su manera de darme la bienvenida. Es curioso porque cada
vez que vuelvo hago el mismo ritual de bienvenida, miro al cielo y sonrío a medias porque sé que
es solo es su primera apariencia y que, cómo
siempre, acabará obsequiándome con algún día de sol ( continuará..es la hora del café)
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